domingo, 7 de diciembre de 2014

¿Qué está haciendo él aquí?

Una reflexión muy poco navideña sobre el rechazo y la auto integración


Hace un par de años me encontraba en casa de un amigo, quien también es mormón y gay, recuerdo haber subido las escaleras hacia la sala principal y encontrarme con la mirada de un familiar suyo, una mezcla de sorpresa y enojo, en la que claramente se podía leer la pregunta "¿Qué está haciendo él aquí?". En ese momento no presté mucha atención y seguí adelante, sólo tenía que despedirme y alejar de mí ese trago amargo.

Como mormones LGBT*, muchas veces nos enfrentamos a situaciones como éstas, sin importar el nivel de fidelidad que uno tenga a los principios de la Iglesia, el común denominador es siempre nuestra orientación sexual o identidad de género. A veces es en nuestra propia familia, o como en mi ejemplo al visitar otros hogares, puede ser en una reunión sacramental o cualquier otra reunión de la Iglesia. De manera explícita puede ser sólo una mirada, pero implícitamente va el mismo sentimiento "¿Qué está haciendo él ella aquí?"

Un par de noches atrás me encontraba frente a una experiencia similar de donde preferí retirarme; pero en el camino de regreso a casa me pregunté -o mas bien preguntaba en oración- "¿Es que esa pregunta va a definir mi vida?". ¿Tendré que enfrentarme una y otra vez al sentimiento de no pertenecer? ¿Será siempre esa mirada o una palabra o el silencio lo que me hagan salir por la puerta trasera? ¿Acabaré por preguntarme qué estoy haciendo yo ahí?

Un sentimiento de tristeza y desesperación me invadió casi por completo al imaginar la secuencia de situaciones en las que había sido objeto de esa pregunta y de todas las hipotéticas situaciones que aún faltaban en mi vida: entrevistas de dignidad, al entrar a una reunión, durante una clase de escuela dominical, al entregar mi sobre de diezmos, cuando se me sostenga para un llamamiento -si es que eso alguna vez ocurre, y otros veinte etcéteras.

Yo sé que Dios me ama y tengo la esperanza que al llegar del otro lado no me encontraré más con esa mirada de alguien cuestionando mi presencia. Pero si de algo estoy seguro es que todavía tendré que enfrentarlo un par de veces en este mundo, vida, plano, esfera o como gusten llamarlo. Y fue entonces que empecé a meditar en cómo podía sobrellevar ese sentimiento. ¿Qué respuesta había para mí y para otros miles que se enfrentan a la misma pregunta?

Leemos en el Evangelio de Lucas, capítulo 2:
Y aconteció en aquellos días que salió un edicto de parte de Augusto César, que toda la tierra fuese empadronada.
 Este primer empadronamiento se hizo siendo Cirenio gobernador de Siria.
 E iban todos para ser empadronados, cada uno a su ciudad.
 Entonces subió José de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por cuanto era de la casa y familia de David,
 para ser empadronado con María, su mujer, desposada con él, la que estaba encinta.
 Y aconteció que estando ellos allí, se cumplieron los días en que ella había de dar a luz.
 Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón.
Cuando José y María tuvieron que regresar a la ciudad de José, seguramente tendrían familia ahí, alguien que les conociera. De acuerdo a la tradición judía, José había hecho mal al recibir a su esposa embarazada, y tal vez su familia reprobaba su comportamiento. Sabemos que no había lugar para ellos en el mesón, pero quizás los padres de Jesús tuvieron que buscar un mesón porque en primer lugar su familia les había cerrado las puertas. Tal vez María se enfrentó a la misma pregunta cuando llegó a Belén por parte de su nueva familia política, quienes mirándola pensaban "¿Qué está haciendo ella aquí?".


El mismo Jesús, años mas tarde se encontraría tal vez en esa situación, al levantarse en la sinagoga y declarar que la profecía de Isaías se cumplía en Él. Las miradas de los fariseos, los saduceos, incluso de jóvenes con quien tal vez él había crecido, el silencio de la congregación y finalmente la acusación de blasfemia, todos estos actos siempre con el mismo fondo "¿Qué está haciendo él aquí?", pregunta que probablemente lo acompañaría hasta Getsemaní y al Gólgota.


Fue entonces que empecé a percibir un poco de luz en mis sentimientos de oscuridad. Probablemente no habrá una buena respuesta en el futuro inmediato, tal vez tenga que esperar mucho tiempo para que las miradas cesen y las preguntas desaparezcan, quizás llegue un momento en que mi sola presencia no sea cuestionada. Pero mientras llega ese momento, tengo la certeza de que no estoy solo y que Cristo entiende por lo que estoy pasando. 

Cuando Jesús realizó milagros en la antigua América, dijo:
  ¿Tenéis enfermos entre vosotros? Traedlos aquí. ¿Tenéis cojos, o ciegos, o lisiados, o mutilados, o leprosos, o atrofiados, o sordos, o quienes estén afligidos de manera alguna? Traedlos aquí y yo los sanaré, porque tengo compasión de vosotros; mis entrañas rebosan de misericordia.
La revelación moderna explica que Cristo vivió todas estas aflicciones en carne propia para saber exactamente cómo nos sentimos y así ayudarnos a sobrellevar nuestras cargas. En el programa navideño de este año, el élder Christofferson enseñó el principio de la empatía, al decir que nosotros también podemos llegar a comprender cómo ayudarnos los unos a los otros, pues todos vivimos pruebas, tribulaciones y aflicciones de distinta manera. 

Al pensar en la canción navideña "Jesús en pesebre" ahora puedo imaginarme al lado de José y María, caminando por el largo viaje de Galilea a Belén, para enfrentarme a la pregunta ¿qué están haciendo ellos aquí? y saber que no estoy sólo, que también ellos sintieron ese rechazo y que de igual manera mi Salvador puede dar la paz que necesito, como la dio a sus padres en el pesebre, asegurándoles que en ese momento ellos debían estar ahí, por medio de ángeles, pastores y sabios que llegaron a adorarle.

Ahora sé gracias a la Expiación y a la paz que viene de Cristo que ante cada mirada y cada situación que me presente esa pregunta, yo puedo contestar firmemente que estoy ahí porque es ahí donde debo estar porque es donde mi Salvador desea que esté.


*Y no sólo los mormones LGBT, cualquiera que sea diferente (solteros, divorciados, enfermos mentales, adictos, feministas, liberales, menos activos, vegetarianos, tatuados, perforados, libres, etc.)






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